Isaías 49,3-6Él me dijo: “Tú eres mi Servidor, Israel,por ti yo me glorificaré”.Pero yo dije: “En vano me fatigué,para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza”.Sin embargo, mi derecho está junto al Señory mi retribución, junto a mi Dios.Y ahora, ha hablado el Señor,el que me formó desde el seno maternopara que yo sea su Servidor,para hacer que Jacob vuelva a ély se le reúna Israel.Yo soy valioso a los ojos del Señory mi Dios ha sido mi fortaleza.Él dice: “Es demasiado poco que seas mi Servidorpara restaurar a las tribus de Jacoby hacer volver a los sobrevivientes de Israel;yo te destino a ser la luz de las naciones,para que llegue mi salvaciónhasta los confines de la tierra”.
Este poema bien podría ser la oración de los cansados.
Y la original respuesta del Señor.
Y su modo tan particular de curar.
De curar los cansancios y de curarnos integralmente.
Con el Servidor decimos que nos hemos fatigado inútilmente, para nada.
Que hemos gastado las fuerzas y hemos logrado… nada.
(Recuerdo ahora mismo aquella expresión que no olvidaba el «cansancio de los buenos»).
Aún así, el Servidor no olvida que es valioso a los ojos del Señor.
Hay una sola mirada que es la que cuenta: la de quien nos conoce y no nos tasa.
Esa es la raíz de la fortaleza sin corazas.
En los momentos de aciertos y elogios es fácil recordar que somos alguien.
Muy fácilmente le atribuímos al Señor su actuar en nosotros.
Pero agradecer hechos piltrafas es propio de quien se sabe amado.
Y el Señor revela un nuevo sentido.
Como quien coloca la mano debajo del mentón de quien estaba mirando el suelo, el Señor nos invita a mirar el horizonte.
(A Abraham le había pedido que contara las estrellas y la arena de la playa).
Nos da descanso haciendo más amplio aún nuestro reto.
No permite que «demasiado pocas cosas» nos enturbien y enceguezcan, nos desanimen y tomen decisiones por nosotros.
Dios cura los cansancios mostrándonos la amplitud de nuestro horizonte.