«Para que estuvieran con él y para enviarlos» (Mc 3,14)

UN DECÁLOGO SENCILLO
PARA PENSAR NUESTRA VIDA EN COMUNIDAD

1- La comunidad es esencial a Jesús
Jesús nace en una familia y vive en un pueblo. En ese contexto concreto crece y asume como propia la historia de su gente, construye sus vínculos -incluidos los laborales-, toma contacto con los conflictos propios de su tiempo y madura una mejor manera de encararlos.
El no pasa por esta historia esquivándola o rechazándola, sino que la recibe en las personas concretas que la viven, en particular en quienes la sufren como dificultad.
Por eso, su primerísima palabra anunciando algo nuevo es acompañada por un gesto: la convocatoria de personas, la conformación de una comunidad (cfr Mc 1,15-20).

2- La comunidad de Jesús es inclusiva
A diferencia de muchos grupos humanos que se reúnen por parentezco, afinidad u objetivos comunes, Jesús abre la convocatoria con la intención de llegar a todos. Es decir, invita a cada mujer y a cada hombre de manera particular, sin quedar encerrado por eso en ninguna cultura ni quehacer humano. Todo lo suyo tiene alcance universal. No sabe hacerlo de otra manera. Esa actitud muestra a las claras su principal deseo: establecer un vínculo con cada persona que viene a este mundo (cfr Jn 1,9. 15,16).

3- El descubrimiento de lo fraterno
La primera comunidad cristiana nombró por primera vez “eso” que hoy nos resulta una obviedad: si todos fuimos convocados por Jesús para ser sus hermanos e hijos del mismo Padre, entonces somos hermanos entre nosotros. Tal vez sea ésta la gran novedad en el estilo de vida de la primera comunidad cristiana: la proclamación de una fraternidad universal a causa del Señor Jesús. Y continúa aún hoy siendo eso nuevo que tiene lo cristiano de modo que si se lo pierde de vista o se lo esconde todo el andamiaje de la moral cristiana cruje por su parte esencial (cfr Mt 23,1.8).

4- La irrupción del desamor
Sin embargo, muchas veces Jesús descubrió a su comunidad discutiendo espacios de poder (cfr Mc 10,35-45); le aconsejaban que se sacara de encima a la gente con hambre (cfr Mt 14,15); le pedían que hiciera algo cuando una mujer molestaba con tal de que dejara de molestar (cfr Mt 15,23); hacían callar a los enfermos que lo llamaban a los gritos (cfr Mc 10,47-48); se fastidiaban con los niños que querían acercarse a Jesús (cfr Mc 10,13); lo despertaron a los gritos porque suponían que había perdido interés por sus vidas en peligro (cfr Mc 4,39); llegaron incluso a presionarlo muy puntualmente para que evitara jugarse por lo que creía (cfr Mt 16,22); se robaban el dinero de la colecta (cfr Jn 12,6); criticaban con dureza los gestos de amor de las mujeres para con él (cfr Mc 14,3-5); mascullaban entre sí qué segundas intenciones tendría Jesús particularmente con una mujer extranjera (cfr Jn 4,27); el dinero de los pobres fue usado para canjearlo a él (cfr Lc 21,1-2. 26,14-15); horas antes de su muerte aseguraron que nunca lo habían visto (cfr Mt 26,69-75).

5- Los ideales encarnados en esta realidad
Para el tiempo en que comenzaron a ponerse por escrito los testimonios evangélicos que hoy conocemos ya la primera generación cristiana estaba pasando y la comunidad tenía sus primeros venerados mártires. Sin embargo, los testigos no escondieron que quienes fueron capaces de dar la vida por el Señor Jesús tuvieron que hacer un largo proceso de conversión.
Nunca ocultaron las mezquindades de los discípulos, la distancia entre el Señor Jesús y sus compañeros y las incomprensiones casi cotidianas. Pero tampoco callaron la pedagogía de Jesús para conducir a su comunidad: el perdón siempre y de todas las formas posibles, la palabra a solas, el cuidado de los pequeños, la denuncia de los estilos de vida opresores, la invitación constante a servir, etc.
Fue así como proclamaron la manera de vivir en este mundo: hay una manera distinta de relacionarnos y fue inaugurada por Jesús (cfr Hch 2,37-38).
Nunca recibieron de él recetas que supusieran distanciarse de esta realidad ni tampoco oyeron una crítica que escondiera un pretendido puritanismo para conservarse lejos de las personas conflictivas.

6- Un mandamiento claro
“En esto todos conocerán que ustedes son discípulos míos: en el amor que se tengan unos a otros” (Jn 13,35).
No requiere mucha explicación esta palabra del Señor… Lo que nos revela cristianos no es una particularidad en el culto ni los templos ni las tradiciones ni el modo de orar ni las escuelas católicas ni la vestimenta… No. Lo que nos hace cristianos es el amor.
Podríamos tener los mejores templos y el mejor culto, un increíble éxito en lo referente a la cantidad de personas dentro de nuestras iglesias y la mejor respuesta juvenil a las propuestas eclesiales; las escuelas católicas podrían estar entre las de mejor reputación y los docentes que se autoperciben cristianos podrían estar entre los mejores pedagogos; podríamos incluso ser los mejores trabajando con los pobres y excluídos de este sistema económico que mata; podríamos ser sanadores reconocidos y predicadores aplaudidos… Tantas cosas grandes podríamos hacer, pero sin amor no sirve para nada (cfr 1Co 13).

7- Las personas y situaciones conflictivas
Habitualmente atravesamos situaciones personales y relacionales de conflicto. Cuando son etapas de crecimiento no deberíamos esquivarlas, sino aceptarlas y transitarlas como procesos de humanización. Exige madurez, tiempo y mediaciones.
El desafío se nos plantea cuando aparecen los conflictos causados por las miradas mezquinas, los corazones tramposos, las palabras mentirosas, los gestos faltos de sinceridad y transparencia. Hay tensiones que rondan nuestros espacios comunes casi constantemente, poniendo de relieve muchas veces las motivaciones profundas no del todo reconocidas y mucho menos aceptadas. Estas situaciones introducen el discurso del perdón y la capacidad de real de perdonar.
Sin embargo, hay tensiones originadas en personalidades con serias dificultades para la convivencia serena. Las heridas emocionales o las dificultades de orden psicológicas a veces se convierten en un lodo de excusas que más temprano que tarde son causa de violencias más o menos explícitas. Estos últimos conflictos requieren que la intervención de los responsables sea profundamente humana y además pide la colaboración cierta de todos.

8- La concreción del amor
Hemos mencionado en el punto anterior tres caminos que pueden colaborar a la superación de las dificultades propias de la convivencia.
El primero mencionado se refiere a la aceptación de los conflictos del crecimiento. La dinámica de la vida nos introduce a diario en situaciones nuevas que requieren de nosotros nuevas respuestas, mejores planteos. La fidelidad a la mujer y al hombre de hoy nos exige creatividad. “Cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, nos cambiaron todas las preguntas” (M. Benedetti).
Hay otro planteo y dijimos que supone acrecentar la capacidad para perdonar. Es probable que en esta franja de dificultades se nos vaya la mayor cantidad de energías de la convivencia. Porque en la fricción de lo cotidiano aparecen las oscuridades interiores y el propio pecado. Siempre existe la posibilidad de sumar nuestra oscuridad a la del otro, con la lógica consecuencia de convertir el fracaso humano en relación estable. Sin embargo, sigue vigente la opción por el perdón como estilo. Perdonar no significa pasar por encima las injusticias, sino más bien reconocerlas y nombrarlas con toda claridad. Es darle una oportunidad nueva al que está envuelto en ella, pudiendo ser yo mismo.
Finalmente, se plantean los conflictos originados en hermanos con dificultades para vincularse serenamente. Los estilos de vida, particularmente de nuestras sociedades urbanas, impactan en las personalidades más frágiles. Esa fragilidad suele expresarse en formas más o menos agresivas, hacia uno mismo o hacia otros. Los límites claros son las formas como se expresa la contención y el amor; lo contrario es desentenderse del hermano y abandonarlo a su propia suerte. Es necesaria la presencia inteligente y coordinada de los responsables y la renuncia de todos a convertir a estos hermanos en los chivos expiatorios de todos los males de la comunidad.

9- La purificación de los espacios contaminados
No es sencilla esta tarea. Tanto no lo es que muchos -incluso bajo apariencia de religiosidad católica- recurren a supersticiones y trasladan responsabilidades para desentenderse de su propia madurez.
¿De qué deberíamos descontaminar los espacios comunes? Apoyémonos en la vieja oración: de pensamiento, palabra, obra y omisión que hacen irrespirable el espacio humano.

1- “Mis hermanos, todo lo que es verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos” (Flp 4,8).
Abandonemos la rumia de las mentiras, las medias verdades, los proyectos personales deshonrosos, el zarpazo innoble. Estos procesos insalubres suelen ponerse de manifiesto en las largas jornadas cautivadas por el enojo o en los ojos dolorosamente faltos de transparencia.

2- “Les aseguro que en el día del Juicio, los hombres rendirán cuenta de toda palabra vana que hayan pronunciado. Porque por tus palabras serás justificado y por tus palabras serás condenado” (Mt 12,36-37).
Recuperar el valor de la palabra es una de las tareas más urgentes. No sólo el de la palabra como una abstracción, sino el sentido de todo medio de expresión y comunicación. Y debemos hacerlo pronto, no sea que terminen por convertirse en puros sonidos que no sirven para nada. Huyamos de la creación de escenarios en los que la palabra es manipulada con la finalidad de obtener información maliciosa o tramposa y donde no se cuida la intimidad de los hermanos; no nos hagamos cómplices de las actitudes que degradan y pervierten la noticia -necesaria para la solidaridad- en chimento sabroso para el narcisismo que se desinteresa de las personas; sepamos discernir los espacios de diálogo discretos de las cuevas donde se recoge información de todos para utilizarla en el momento oportuno. Que las redes sociales sean extensiones mejoradas de los vínculos reales y no cloacas homicidas donde nos hundimos para comer nuestro pan de cada día.

3- “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe” (St 2,18).
Se espera de la comunidad cristiana los gestos del amor que expresen en qué Dios está creyendo. Dicho de otra manera: no son las profesiones públicas de fe las que revelan cómo es el Dios en el que creemos, sino las obras que realizamos. Con un ingrediente esencial: Jesús nos prohibió explícitamente publicar lo que hacemos por los demás para que así nuestro tesoro siga escondido en el secreto del Padre. A pesar de eso, muchas veces nuestras comunidades pisan el palito propio de esa exigencia cultural que nos empuja a exponer absolutamente todo, olvidando que somos una comunidad cristiana y no un Club o una ONG que son exitosos si tienen más miembros y hacen más cosas visibles. El amor se vive en la sabiduría de lo concreto sin estridencias y sin publicidad en las redes sociales. Las obras del amor no entran en esa competición que olvida la propia vocación y convierte el bien en moda aleatoria.

4- “Cada vez que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, tampoco lo hicieron conmigo” (Mt 25,45).
La presencia de los hermanos pobres es estructural. En nuestros Santuarios y en todos los lugares de peregrinación no son tolerados, sino que son parte de la comunidad, hermanos peregrinos igual que cualquier otro, con la especial diferencia de que son víctimas de violencias sistemáticas -familiares y sociales- con la consecuente expulsión a una vida altamente vulnerable. ¿Cuál es la razón de ser de una comunidad cristiana si no tiene presente a sus hermanos pobres cuando piensa y organiza sus actividades y servicios? ¿Creerá esa comunidad que será más cristiana porque tiene mucha espiritualidad y se olvida del pobre? Seamos solidarios, no de solidaridad descendente y excluyente, sino como afirmación del sentido de la existencia de esta comunidad.

10- Tomar la iniciativa
Dice Francisco: “La comunidad evangelizadora experimenta que el Señor tomó la iniciativa, la ha primereado en el amor (cf. 1 Jn 4,10); y, por eso, ella sabe adelantarse, tomar la iniciativa sin miedo, salir al encuentro, buscar a los lejanos y llegar a los cruces de los caminos para invitar a los excluidos. Vive un deseo inagotable de brindar misericordia, fruto de haber experimentado la infinita misericordia del Padre y su fuerza difusiva. ¡Atrevámonos un poco más a primerear!” (EG24).