No debe suceder así

El lobo habitará con el cordero
y el leopardo se recostará junto al cabrito;
el ternero y el cachorro de león pacerán juntos,
y un niño pequeño los conducirá;
la vaca y la osa vivirán en compañía,
sus crías se recostarán juntas,
y el león comerá paja lo mismo que el buey.
El niño de pecho jugará
sobre el agujero de la cobra,
y en la cueva de la víbora
meterá la mano el niño apenas destetado.
No se hará daño ni estragos
en toda mi Montaña santa,
porque el conocimiento del Señor llenará la tierra
como las aguas cubren el mar (Is 11,6-9)

Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así (Mc 10,42-43).

Desde hace tiempo -años- en nuestro país se usa la palabra reconciliación con la intención de mirar un futuro mejor.
Se suele hablar de una Nación Reconciliada, de un Pueblo Reconciliado, de que nos debemos una reconciliación, etc.
Pero parece que una palabra tan sentida en el común lenguaje cristiano no tiene las mismas resonancias en todos los corazones.
O, dicho mejor.
Parece que se la utiliza para decir lo que no dice el evangelio de Jesús.

La intención es sencillamente convidarte a la contemplación serena y preguntarle a la Palabra qué significa la reconciliación, sin pretender en estas pocas líneas alcanzar una respuesta que agote el misterio.

El texto de Isaías citado, que es en realidad una imagen, carga en sí una gran verdad: la profunda desigualdad de quienes deben cambiar para que deje de hacerse estragos en este mundo.
Entre el lobo y el cordero no es el cordero el que debe modificar conductas, sino el lobo. Su “conversión” (palabra muy propia de Jesús) permite la existencia del cordero. El cordero jamás será amenaza para el lobo.
Lo mismo sucede entre el leopardo y el cabrito.
O el ternero y el cachorro de león, la vaca y la osa.
¿Quién amenaza la vida de quién?
El niño pequeño, el apenas destetado, meterá la mano en la cueva de la víbora: ¿eso es amenazante para la pobre víbora o una invitación al juego?
Son imágenes.
Casi como si fuese un cuento o un sueño con el que se describe la realidad despiadada en la que el más fuerte se come al más débil.
¿Cuál es el secreto de esta convivencia sin maldad, sin heridos ni amenazas?
“El león comerá paja lo mismo que el buey”, dice el texto.
Si el buey comiese carne lo mismo que el león, ambos se amenazarían, mutuamente. Pero si el león abandonase su dieta y comenzase a comer paja lo mismo que el buey es probable que desaparezca el miedo de entre ellos.
El radical cambio de conducta no procede del buey, sino del león.
Y detrás de la imagen se esconde una propuesta novedosa: que la amenaza a la vida ceda paso al alimento compartido.

El profeta se vale de esa imagen idílica para hablar del camino posible para la paz. El pueblo la necesita.
Pero no pueden sentarse a la mesa del diálogo de la paz así nomás, en desigualdad, el leopardo y el cabrito. Es inútil que el cabrito prometa que no le hará daño al leopardo.
Tan simple como eso.
Pero insiste aún más: el leopardo debe desistir de querer comerse al cabrito. Recién ahí podemos hablar de paz: cuando el cabrito deje de vivir bajo amenaza.
Insistimos: son imágenes, limitadas.
Pero comprendemos claramente el sentido detrás de la poética.

Hay diversos grados de responsabilidad social y no estamos todos en igualdad de condiciones cuando de reconciliación se trata. Hay personas e instituciones con una mayor carga de responsabilidad y hasta incluso de culpa. Otras con menos o ninguna.

Si repartiésemos responsabilidades por igual, entre el niño pequeño y la víbora por ejemplo, cometeríamos el grave error de culpar al inocente y exculpar al culpable.
Esto que parece tan simple de comprender en la imagen que propone el profeta no es tan simple de asumir en la realidad de nuestros pueblos que sufren.
A veces pareciera que se responsabilizara a todos por igual: al almacenero y al dueño de la cadena de supermercados; al que vende ropa usada en la plaza y al empresario textil que tiene miles de extranjeros sometidos; al golondrina en negro y al terrateniente; al que vende cadenitas doradas en la avenida y al que extrae oro a barcos llenos pudriendo para siempre el agua.
Son millones las personas que cargan sobre sus espaldas la negligencia y la ambición de unos pocos que deciden el destino de las mayorías.
Estos pocos les hacen sentir el peso de sus culpas (la de ellos), convirtiéndolos en chivos expiatorios de sus estilos de vida esclavistas convertidos en políticas de estado. En Europa, el inmigrante africano es una amenaza a la paz, siendo que miles de ellos mueren huyendo de las guerras que enriquece a Europa.
En USA la paz se alcanza -entre otras medidas- construyendo una pared muy alta, que no permita el ingreso de latinos que buscan una mejor vida para sí y para sus familias mientras que en sus países se venden los recursos por nada a los mismos que construyen esa pared.
En nuestro país muchísimas personas ya casi no tienen derecho a que el trabajo y la dignidad vayan de la mano, al tiempo libre con los hijos.
Trabajar para vivir y crecer se convirtió para muchos en vivir preocupados por conservar el trabajo y trabajar más horas por el mismo salario.
Los viejos son maltratados por una burocracia inútil que siempre se equivoca contra ellos.
El futuro se les hizo incierto, desconcertante.
Son estigmatizados, violentados, menospreciados en sus reclamos y luchas. Muchos no se animan a reclamar por miedo a ser expuestos o insultados.
Parece que la culpa es siempre de los corderos, de los cabritos, de las vacas y bueyes, de los niños de pecho.
Son los ancianos, los laburantes que se levantan a las cuatro, los discapacitados, los que tienen enfermedades crónicas o terminales, los que no tienen trabajo, los acusados y detenidos injustamente, las víctimas de la trata.
Porque los leones, los leopardos, las osas, los lobos y las víboras se resisten a modificar su dieta.
A modificar un poquito su dieta.
Tanto es así que levantan la mano al unísono en el parlamento para mejorar sus Dietas, mientras la bajan y esconden cuando se trata de la dignidad del Pueblo, prometiendo esperanza falsa a cambio de un presente enloquecedor.
Quienes tienen al Pueblo por Mandante se convirtieron en lugartenientes de los grandes capitales, de los que ponen altos precios al alimento o lo esconden, de los creadores de mentiras y de los defensores a ultranza de sus propias relatos falaces convertidos en sistema, de los monopolios, de los dueños del agua, de los dueños de la tierra, de los que lucran con el salario del trabajador.

Sólo deseamos que modifiquen un poquito su dieta.
Dejen de comerse al débil.
Dejen de hacer estragos.
No puede haber reconciliación, no la habrá jamás mientras la dignidad humana esté amenazada y el más débil siga siendo acusado de los males de este mundo.

Jesús nos prohibió tajantemente a los suyos imitar los comportamientos de los poderosos de este mundo. También debemos cambiar y convertirnos a diario.
Pero en la dirección correcta: haciendo propio el estilo del pobre de Nazareth y el gemido de los pobres de este mundo.