Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:
Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.
Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron (Mt 5,2-12).
Me gusta mucho imaginar lo que pudo haber sucedido en la comunidad que testimonia el evangelio de Mateo cuando vieron todas juntas por primera vez esas afirmaciones de labios de Jesús.
Es que algunos dicen que Jesús no pronunció todo ese discurso de un solo tirón, sino que quienes lo conocieron buscaron en su memoria las veces que de sus labios salieron palabras, digamos, parecidas.
Y si realmente fue así, habría que decir que Jesús se la pasaba proclamando felicidad en medio de situaciones contradictorias, no como quien receta lo que «hay que hacer» sino más bien entregando su propia interioridad.
Y la comunidad le creyó.
A Jesús y a los testigos.
Los pacientes son dignos de bienaventuranza, según Jesús.
Recibirán la tierra en herencia, asegura.
No sé si tiene que ver, pero pienso en las comunidades y en los pueblos que pueblan nuestra América desde el principio.
Pucha si tiene paciencia esa gente.
Son muchos los que viven a la espera de un día en que nadie alambre los campos, los ríos, los lagos, las montañas, lo que está debajo de todos ellos, y les ponga su apellido.
Y los ponga en venta, claro.
La comunidad de Mateo, arranca diciendo que los pacientes son felices porque recibirán la tierra en herencia.
Y termina con aquello de que «lo que hiciste con el más pequeño de mis hermanos, lo hiciste conmigo».
Me gusta imaginar lo que pudo haber sucedido en la comunidad de Mateo y agregarle al final de su testimonio que «fui paciente y te sentaste a mi lado».