La serie El Reino también planteó la temática del abuso sexual perpetrado contra niños. En el caso concreto de la ficción se trataba de niños institucionalizados al cuidado del pastor.
Vale la pena señalar el presunto error de enfoque. Porque los autores confunden -¿voluntariamente?- un templo católico con uno evangélico. De esa manera transversalizan la problemática despegándola de la exclusividad católica y llevándola a toda situación en la que haya niños en situación de vulnerabilidad.
Se permite entrever algunas alertas vinculadas al abuso: búsqueda de impunidad personal, complicidad y mutismo. En la realidad suelen aparecer más elementos, pero es bastante acertado que al menos esos pocos cobren relevancia como los principales.
La búqueda de impunidad personal -encarnada en el pastor- explica la dinámica propia de esta forma de violencia: suele ser abuso de conciencia, de poder, sexual, económico. Muchas veces se manifiesta como proceso de vulneración y más o menos en ese orden, aunque no siempre.
Pero si a esta dinámica le sumamos la complicidad de otro actor -en la serie toma cuerpo en el personaje de la pastora- caemos en la cuenta de que el abuso no es tan solo una debilidad personal al modo de una única manzana podrida en el cajón lista para ser desechada, sino más bien de una estructura efectivamente consolidada y sigilosamente preservada.
La consecuencia lógica es el aplastamiento de la víctima que se descubre desarmada ante semejante poder contra el cual no tiene capacidad de defensa por lo que prefiere optar por el silencio o mutismo muchas veces expresado en sintomatologías tanto físicas como psíquicas.
Un cuarto elemento que a veces funciona como amalgama de emergentes presuntamente aislados es la profunda credibilidad social del victimario, reforzada en este caso por la actitud creyente que atraviesa la existencia de todos los actores de la trama. Nadie -¿realmente nadie?- le creerá a una víctima cuyo victimario es un hombre o una mujer que tanto bien le hace a tanta gente.
Las respuestas que suelen desencadenarse tienen al corporativismo protector y al descreimiento del relato de las víctimas. Pero también suele aparecer una modalidad de tibieza que apunta a proteger el bien que se realiza -en la ficción es un internado de niños- por lo que se prefiere evitar la publicidad de la denuncia o la confrontación abierta. El objetivo explicitado es el cuidado de las víctimas y su entorno social -muchas veces realmente cierto- pero casi siempre en estos casos se refuerza la impunidad del victimario.
La Iglesia Católica aún transita caminos de sanación como tal vez hace siglos no lo hace. Atravesó casi todas las etapas: negación, complicidad, defensa, reconocimiento tímido, pedido de perdón, reparación… Sin embargo desde hace algún tiempo apuntó al meollo del asunto: el clericalismo.
El clericalismo desplaza el eje eclesial descentrándolo del evangelio y llevándolo a sí misma, a manera de repliegue, y particularmente a sus autoridades, tanto laicos como clérigos o consagrados, varones o mujeres.
Aún persisten las resistencias por parte de muchos/as que no logran ver la íntima relación entre el abuso sexual y las variadas expresiones de ese machismo intra eclesial. También están quienes sí lo ven con claridad o por lo menos lo intuyen. En ambos casos se sigue apostando como estrategia más o menos fingida o por lo menos sin mucho discernimiento a propuestas espirituales lícitas pero intimistas o desencarnadas.
Las formas en que se esconde el clericalismo no tiene como víctimas solo a los niños en situación de vulnerabilidad, sino también a religiosas y jóvenes en seminarios o casas de formación.
Es oportuno reconocerlo: tan dolorosos y aberrantes suenan algunos relatos que el corazón humano tiende a defenderse de tanta angustia escapando hacia la posiblidad de que lo escuchado sea mentira o al menos una confusión.
De todos modos, en la Iglesia se han conformado Comisiones, se dictaron normas más precisas con el fin de impedir la complicidad o el encubrimiento. Hemos sido testigos en estos años de sanciones sin antecedentes históricos en la Iglesia. Se ofrecen permanentemente cursos de capacitación, charlas de concientización, especializaciones, etc. Sin embargo, todo es poco.
Tal vez el mayor acierto vaya en la línea de la profundización de la coherencia conciliar que toma forma en los llamados procesos sinodales. La sinodalidad tiende a romper el clericalismo desde su raíz proponiendo una eclesiología más cercana con el evangelio y con la experiencia cristiana de los primeros siglos.
Sin embargo, y gracias a Dios, aún queda mucho camino por andar.